Selene M. Guajardo
📰 El Norte • Oct 26, 2025

La ciencia avanza con cada respiro. Conforme pasa el tiempo, sabemos más sobre los efectos de la contaminación del aire en la salud humana.
Nuestros corazones, pulmones y cerebros reciben en cada inhalación una dosis de los gases y partículas que emitimos con nuestras decisiones, estemos donde estemos.
Lo que respiramos es consecuencia de lo que hacemos y dejamos de hacer. Ningún órgano se salva, y ningún ser humano es inmune, aunque algunos sufren más que otros estos impactos.
De la forma que alimentamos nuestra atmósfera, alimentamos nuestros pulmones. Nuestros órganos terminan siendo los filtros de las mezclas dañinas que provocamos.
La evidencia más reciente del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME), con sede en la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, reveló hace unos días una estimación local del impacto crónico de la contaminación atmosférica en la mortalidad y en la reducción de la esperanza de vida durante el año 2023. Este ejercicio se realiza cada año para impulsar a las ciudades a mejorar sus políticas públicas y reducir esta amenaza flotante que, por cierto, ya es el quinto factor general de riesgo para la salud de la población de Nuevo León. Incluso tres lugares arriba del tabaco fumado.
Si aún nos preguntamos por qué es el principal riesgo ambiental que impacta en la carga de enfermedad, la respuesta es sencilla: lo que respiramos es un riesgo, y ese riesgo aumenta conforme lo hace nuestra exposición a los contaminantes suspendidos en el aire. El efecto más severo es la muerte prematura, es decir, "antes de tiempo". Pero hay efectos que "no se sienten", y que irán apareciendo con la acumulación de nuestra dosis en el tiempo. Esto merma nuestro desarrollo y nuestra calidad de vida, aunque hoy no nos demos cuenta.
El IHME estimó 3,084 vidas perdidas en Nuevo León durante el 2023, de las cuáles poco más del 98 por ciento están relacionadas a las partículas finas (PM2.5), y menos del 2 por ciento al ozono troposférico.
Esta estimación es un promedio que considera sólo el efecto crónico. Probablemente subestimada, pues no considera los efectos de la exposición a corto plazo. Sin embargo, existe evidencia local de que por cada aumento de 10 microgramos por metro cúbico de PM2.5 en el corto plazo, hay un incremento del 11.16 por ciento en el riesgo de mortalidad respiratoria en niños menores de 5 años, así como 6.63 por ciento en adultos mayores de 65 años.
Lo anterior es razón suficiente por lo cual las organizaciones de la sociedad civil en Nuevo León nos hemos movilizado para contar con un mejor Programa de Respuesta a Contingencias Atmosféricas, que aún sigue en el horno.
Entre los principales hallazgos recientes está el gran impacto que las partículas finas tienen en la salud cerebral, pues éstas pueden translocarse al cerebro directamente a través del nervio olfatorio, además de su facilidad de penetrar al torrente sanguíneo.
Una de cada tres muertes por Alzheimer en nuestro estado se asoció a respirar PM2.5. Además, del total de la mortalidad local por enfermedad isquémica del corazón, casi el 20 por ciento se atribuyó a respirar estas mismas partículas.
En cuanto a la mortalidad por Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC), diabetes, accidentes cerebrovasculares, cánceres, desórdenes en las primeras cuatro semanas de nacidos de los bebés y las infecciones en las vías respiratorias bajas, se estimaron entre el 17 y el 14 por ciento, respectivamente.
Estas enfermedades son la causa de muerte, pero lo que respiran quienes las padecen es la gota que derrama el vaso. Es allí donde están las soluciones.
Por ejemplo, si cumpliéramos con el promedio anual de PM2.5 recomendado por la Organización Mundial de la Salud (5 microgramos por metro cúbico) podríamos ganar 1.5 años de vida como habitantes de la Zona Metropolitana de Monterrey, de acuerdo con la última estimación 2023 de la Universidad de Chicago en su Índice de Calidad del Aire y Vida.
La buena noticia es que esto es evitable, pero sólo lograremos salvar vidas, aumentar la esperanza de vida y la calidad de vida de los habitantes de esta cuenca atmosférica si trabajamos todos por reducir la contaminación del aire, lejos de discursos y castigos, sino con el ejemplo proactivo y el ojo vigilante de la sociedad informada.