Ana Cristina García Luna
📰 El Norte • Mar 09, 2025
El aire de Monterrey es una sentencia invisible que cargamos en los pulmones. No se ve, no se toca, pero se siente con cada respiración pesada, con cada tos insistente, con cada diagnóstico de enfermedad respiratoria.
Monterrey es una ciudad que avanza, pero su aire retrocede. Respiramos una mezcla densa de partículas, óxidos y cenizas urbanas, como si estuviéramos inmersos en una nube tóxica que no se disipa. Nos acostumbramos al ardor en los ojos, a la garganta irritada, al respiro entrecortado. Nos resignamos a vivir bajo un cielo que no es cielo, sino un velo gris de contaminación.
Los pulmones de nuestros niños son los primeros en pagar el precio. Como esponjas frágiles, absorben cada partícula suspendida en el aire, alterando su desarrollo, debilitando su capacidad de defensa, haciéndolos más propensos a infecciones y enfermedades crónicas. En los adultos, el daño es progresivo, silencioso, acumulativo: hipertensión, afecciones cardiovasculares, cáncer. Monterrey no solo es una ciudad de industrias y progreso; es también una ciudad de inhaladores, de hospitales saturados, de vidas condicionadas por lo que respiramos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que la contaminación del aire es el mayor riesgo ambiental para la salud humana. Según sus estudios, la exposición prolongada a contaminantes como el material particulado fino (PM2.5) puede reducir la esperanza de vida, provocar enfermedades respiratorias graves e incrementar la incidencia de accidentes cerebrovasculares y cáncer de pulmón. No es solo un problema de calidad ambiental, sino de supervivencia.
Lo más alarmante es que, en un mundo postpandemia, hemos aprendido el peso de la vulnerabilidad sanitaria. La mala calidad del aire no es solo un problema ambiental; es una crisis de salud pública que nos hace débiles ante cualquier amenaza epidemiológica. Si nuestro sistema respiratorio está comprometido, ¿cómo podemos enfrentar futuras crisis sanitarias?
No podemos seguir esperando soluciones que nunca llegan. Es momento de exigir medidas drásticas, de repensar el modelo urbano, de integrar la calidad del aire como un eje prioritario en la toma de decisiones. Fomentar ciudades resilientes.
El modelo de ciudad que seguimos replicando ha demostrado ser insostenible. Un crecimiento desordenado y una urbanización basada en el automóvil nos han llevado a depender de infraestructuras que promueven la contaminación y fragmentan los espacios urbanos. Necesitamos transitar hacia ciudades compactas, con redes de movilidad sustentable, pulmones verdes bien distribuidos y políticas ambientales estrictas. Es imperativo que las decisiones urbanas prioricen la salud de sus habitantes en lugar del beneficio económico inmediato de la industria y el desarrollo sin regulación.
Monterrey tiene la oportunidad de reinventarse, de liderar una transformación hacia un modelo de ciudad resiliente que respete a quienes la habitan. Pero para ello, necesitamos voluntad política y compromiso ciudadano. No basta con exigir; debemos involucrarnos, proponer, impulsar cambios tangibles que nos devuelvan la posibilidad de respirar sin miedo.
Ahora, la pregunta es para ti: ¿eres consciente del costo que ya has pagado por el aire que respiras? Cada tos que ignoraste, cada dolor de cabeza inexplicable, cada noche de insomnio por la contaminación, cada diagnóstico médico que quizás aún no ha llegado, pero que inevitablemente te alcanzará. La calidad del aire no es un problema lejano ni ajeno; es una cuenta regresiva que tarde o temprano cobrará su precio en nuestra salud y calidad de vida. Definitivamente, la indiferencia ya no es una opción.
Todos tenemos una responsabilidad en esta crisis. No es solo tarea del Gobierno, las empresas o los urbanistas; es un esfuerzo colectivo que requiere cambios en nuestra manera de habitar la ciudad, en nuestra movilidad, en nuestras exigencias como ciudadanos. Exigir aire limpio es exigir vida.
Porque al final del día, respirar no debería ser un lujo. "Quiero que mi hija corra sin miedo a enfermarse, que aspire profundo sin que su pecho duela, que su aire sea un derecho, no una amenaza".