Lorenzo J. de Rosenzweig
📰 El Norte • Jul 08, 2025
Monterrey, motor económico del norte de México, está en una encrucijada. Su crecimiento, legado industrial y expansión demográfica, han traído progreso, pero también han resultado en un impacto ambiental y social sin precedentes. Hoy, la Zona Metropolitana de Monterrey enfrenta un gran desafío: reconciliar su historia y capacidad económica con un futuro sostenible.
El pasado de nuestra ciudad está marcado por momentos que han moldeado el entorno natural.
La apertura de Fundidora Monterrey en 1903 fue uno de los primeros hitos del auge industrial de la región. Durante décadas, esta siderúrgica fue símbolo de modernidad, pero también una fuente importante de emisiones contaminantes a la atmósfera. Su cierre en 1986 trajo un respiro, aunque las cicatrices ambientales permanecen.
La canalización del Río Santa Catarina en 1953, y la decisión de privilegiar el transporte en automóvil con la ampliación constante de vialidades, coartó la oportunidad de capitalizar los miles de hectáreas de cauce natural que fueron sacrificadas con fines inmobiliarios. Espacios, que en su momento pudieron ser áreas y corredores verdes fueron transformados en una decisión, en la que ganaron unos pocos, y la ciudad perdió mucho.
La Refinería de Cadereyta, inaugurada en 1979, es otro capítulo importante. Aunque ha sido un actor en el suministro energético de la región y del país, su operación, dada su mal planeada ubicación, contribuye con la mayoría de las emisiones de dióxido de azufre, uno de los muchos contaminantes atmosféricos que afectan la ciudad. Su impacto es severo y recurrente y algunos expertos sugieren su reubicación como la única medida viable para proteger la salud pública.
El cierre de las pedreras de Las Mitras y el Topo Chico en 1983 fue un paso importante, pero insuficiente. Seguimos perdiendo cobertura vegetal en los paisajes que rodean a nuestra ciudad y los efectos del cambio climático actúan como un amplificador de estos problemas. Las altas temperaturas, las sequías y los incendios intensifican y agravan los episodios críticos de contaminación y calor extremo.
Monterrey encarna las promesas y los desafíos de las grandes ciudades. Por un lado, ofrece empleo, infraestructura y acceso a cultura, educación y servicios esenciales. Por otro lado, conlleva impactos significativos en nuestra calidad de vida: congestión vehicular, desigualdad social, inseguridad, escasez de agua, fragmentación del hábitat y una calidad del aire que pone en riesgo nuestra salud.
Para enfrentar esta crisis, Monterrey debe aprender de experiencias internacionales de colaboración multisectorial y pensamiento sistémico, involucrando a todos los sectores de la sociedad.
Lo ambiental, social, político y económico están íntimamente vinculados. Resolver nuestro retos ambientales y sociales requiere una cabal comprensión de estos sistemas y los puntos clave de intervención.
Hasta ahora, la ciudadanía ha sido muy tolerante, absorbiendo como externalidades ambientales, sociales y económicas, el impacto de malas decisiones que, en el mejor de los casos, son por falta de conocimiento, capacidad e interés. Sin embargo, hay un camino. La sociedad regiomontana, apoyada por la sociedad civil organizada, y en colaboración con el gobierno, puede unirse en una sola voz, y desarrollar una visión compartida. Una en que los principales retos de la zona metropolitana sean resueltos asumiendo una visión de largo plazo. Veamos algunas oportunidades.
Una mejor calidad del aire bajo el liderazgo de una agencia ambiental regional independiente o comisión técnica público privada, con potestad, capacidad de decisión y presupuesto, desvinculada de intereses políticos, partidistas y económicos, y centrada en favorecer la salud pública regiomontana.
Áreas verdes y corredores biológicos suficientes, aprovechando el Santa Catarina, un río urbano, canalizado en 1953 y cada vez más degradado, cuyo abandono divide y desconecta a la ciudad. Un territorio que podría recuperarse como parque metropolitano para el disfrute responsable de los ciudadanos.
Una movilidad de bajo impacto, inteligente, privilegiando el transporte público y complementada con estrategias de proximidad en nuestro desarrollo urbano futuro.
Y un gran esmero en el cuidado de nuestros paisajes naturales y las áreas protegidas del noreste, vitales para el ciclo hídrico y la recarga de acuíferos.
Monterrey tiene todos los ingredientes para liderar una transformación ambiental. Una sociedad civil activa, instituciones académicas reconocidas y un sector empresarial innovador y pujante. Con voluntad política, colaboración, y una visión de largo plazo por parte de las autoridades, hemos de lograrlo.
Es la última llamada.